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fascículo 1: la kommune subterránexs

La Kommune

graça teixeira

Fui por primera vez a la Kommune el segundo o tercer día después de inscribirme en Filología Portuguesa en la Universidad de Salamanca. A Maitane la conocía ya porque coincidimos en un festival al lado de mi pueblo. Yo es que soy galego-portuguesa, nacida en Oporto y criada entre Nazaré y Bueu, en las Rias Baixas gallegas. Total, que no tenía ningún vínculo con Salamanca ni conocía a nadie aún, así que miré en Twitter y conversé un tiempito con una chica vasca muy simpática -Maitane- con un perfil bastante interesante. De ahí que supiera que iba a venir a Galicia a un festi y que, bueno, podríamos vernos y conocernos… Y eso, que cuando nos vimos me dijo que este curso iba a vivir en la Kommune y me invitó a ir. Así que eso, al poco de llegar a Salamanca compré unas cervezas y fui a la Kommune a ver si estaba por allí.

¿El piso? Bueno, había de todo. Empezaré por la cocina… No estaba del todo limpia, pero tampoco era algo dramático. Sí que tenía cierto orden, pero se veía que se usaba mucho, muchos ingredientes y utensilios estaban fuera de su sitio. Vi: harina, aceite de oliva y de girasol, patatas, arroz y pasta (un clásico en los pisos de estudiantes), berenjenas, manzanas, cebolla, bananas, un bote con frutos secos, lentejas, garbanzos y hierba mate argentina. También cajas de frutas con ollas, sartenes y fuentes. Creo que cocinaban mucho para todos. Todos cocinaban para todos, más bien.

Luego estaba el salón, que era enorme. Me pareció precioso, espantoso como decimos en portugués. Al entrar había una gran mesa de madera rodeada de sillas cada una de un estilo, material y forma diferente, en teoría traídas de la calle por los “kommuneros” (o kommuneres como acuñaron algunos para ser inclusivos/es). Había chaquetas, bolígrafos, cuadernos y algún que otro fanzine –solo pude reconocer un par de una librería anarquista madrileña– por lo que pensé que tenían algún tipo de tertulia literaria. Las paredes estaban plagadas de memes de todo tipo, polaroids que preferí no mirar y algún que otro cuadro de las estudiantes de arte que solían pintar en la casa.

Y detrás, el espacio más bonito de todo el apartamento. Una gran alfombra (que según decían limpiaban constantemente) cubierta de cojines, almohadones y cajas de fruta con manteles de tela roja y negra que hacían las veces de sillas y mesillas. La alfombra estaba repleta de textos desperdigados sobre el mayo del 68 francés, el movimiento estudiantil alemán de los 60, Las Venas Abiertas de América Latina de Galeano, poemas de Sophie Podolski y Gioconda Belli, y carteles del próximo encierro en la facultad. Había ceniceros repletos de cigarrillos con el filtro suelto y porros mal apagados. Unas tenues luces de navidad se enredaban en la barra de la cortina de la terraza, donde tenían un par de sillas a ambos lados de una mesa pequeña y, de paso, exhibían la bandera negra a todo aquel que pasara por allí en ese cálido y saturado atardecer de octubre.

Me quedé pasmada observándolo todo hasta que la voz de un chico me trajo de vuelta a la realidad y me invitó a sentarme en la alfombra y unirme a ellos. Se presentaron. Eran Amelia, Martina, Luca, Santiago y otros dos que cuyo nombre no termino de recordar. Los demás ya se fueron hacía un rato según me contaron, estuvieron preparando el encierro (o toma, como decían Santiago y Martina, que eran latinoamericanos) con la asamblea antes de llegar yo. Aún me da rabia perdérmelo, me quedé con ganas de echar una mano organizándolo…

Y bueno, estábamos hablando un poco sobre cómo fue la asamblea cuando, de repente, Maitane apareció de la nada, muy risueña con su cara de dormida. Dijo que venía de echarse una siesta de dos horas, estaba muy guapa en ropa de estar por casa. Nos dimos dos besos y fuimos a la cocina a preparar un gran termo de agua y un par de mates con mucha hierba. Nos pusimos un poco al día, qué tal el resto del verano, cómo fue la mudanza a Salamanca, con quién compartes piso, y volvimos al salón. Sonreímos a los chicos y Maitane posó los termos en la alfombra, rellenó los mates y los repartió muy lentamente, como si estuviera meditando en el proceso. Saqué papeles y bolígrafos de la mochila y les pregunté si les gustaba escribir. Dijeron que sí, que solían escribir aunque estaban empezando. Realmente yo aún no había escrito casi nada, solo unos poemas que eran una mala imitación de Rosalía de Castro y Pessoa. Quería descubrir nuevos poetas, escribir y leer en grupo… Así que les propuse crear individualmente pequeños textos, poemas o ideas durante unos minutos y luego compartirlas y comentarlas entre todos. Les encantó la idea y nos pusimos a ello. Aún recuerdo algunos de los versos que escribieron:

escribir desde el suelo / sin aspirar a más

me encuentro, vagando / en un desfile de pies descalzos…

apócrifa trinidad / arte, afecto y afinidad

Ah, y mi favorito era el de Maitane, silencio afuera / murmullo entrañas.

Fue una experiencia genial, estábamos ahí tumbados súper cómodos, en calma, creando y compartiendo, abriéndonos mientras tomábamos té… De verdad que no lo podía creer, a Maitane la conocía de Twitter y un festival y a los demás de nada en absoluto, conectamos muy rápido. Después de un buen rato de lecturas y reflexiones en voz alta, acordamos organizar estos ‘talleres literarios’, si se podían llamar así, cada semana, e incluso trabajar algún tema específico o una métrica particular. Teníamos ilusión, ganas y tiempo, sobre todo tiempo… Quién lo tuviera ahora. Y bueno, ahí fue cuando supe que por fin tenía mi lugar y mi gente en Salamanca.

¿Con esto os vale?